El sol, que se asomaba por el Mediterráneo, inundó de luz la cima del volcán y luego rodó por las playas y acantilados, y lamió los pueblos costeros, uno tras otro hasta irrumpir en el puerto, y entonces las ventanas se incendiaron igual a fogatas y también las tejas viejas y la mar calma y las cúpulas que resplandecían como si hubieran sido baldeadas con oro líquido.
(El suplente del suplente - Xavier Calicó; Quatro, Ed. Folio: Barcelona, 2006)
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