Entonces ocurrió algo que Wellesley no olvidaría en mucho tiempo: mientras los rasgos de Laura Cotton comenzaban a hundirse en una profunda calma, iba levantando lentamente la mano derecha hacia la cabeza de él para detenerla a pocos centímetros de su pelo, sin acariciarlo apenas. William, desconcertado, no la detuvo ni apenas se movió, a pesar de captar toda la tensión que le transmitía ella, una fuerza que no provenía de la locura, sino de la convicción. Y cuando Laura Cotton entreabrió los labios para recitar los versos de un poema de Horacio se produjo el milagro, pues las palabras volaron sueltas, como si sonasen sin ser pronunciadas:
.-Ante esa joven cabeza laureada, contemplarán tu cuerpo inerte y descubrirán en los rizos de tu pelo una guirnalda aún sin marchitar.
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(El suplente del suplente - Xavier Calicó; Quatro, Ed. Folio: Barcelona, 2006)
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