Sir Benjamin Lee estudiaba la costa con prismáticos. Ocho columnas, la mayoría de ellas cercenadas, se levantaban orgullosas sobre un promontorio contra el cielo inmaculado; sin duda se trataba de vestigios de la civilización griega o romana. ¿Era parte de una acrópolis? Benjamin Lee dudó y se decantó más por la teoría de que pudiera tratarse de las ruinas de uno de los templos donde a Apolo, aquel dios hermoso que tocaba la lira como nadie, le dio por habitar en épocas pasadas. Con los prismáticos ante sus ojos, Lee se preguntó: ¿Dónde te ocultas ahora, Apolo? ¿Qué ha sido de tu vida, si es que aún existes? ¿Te asesinaron los otros dioses menores... o quizás, al no soportar la ofensiva vulgaridad que reina hoy en día en los rasgos humanos, tú, que fuiste el más bello de todos, decidiste desaparecer para siempre?
(El suplente del suplente - Xavier Calicó; Quatro, Ed. Folio: Barcelona, 2006)
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